Vestido de caridad murió el Señor. O sea, desnudo de todo lo que no es amor y desprendido de todo lo que no fuesen clavos martilleados por las manos belicosas de soldados del Imperio. Desnudo de pretensiones y de grandezas de ser servido, y vestido solo con un amor extremado, o hasta el extremo de donde humanamente puede amarnos Dios. Esta certeza es el corazón de la Semana Santa: contemplar como el amor es desnudado por la herida libertad humana y vestido por la gloria de la resurrección. La caridad, que en Cristo se transforma en la solidaridad trascendente.
En los callejones muchas veces empedrados, por donde mismo transitan los pasos de la Semana Santa, existe rincones de luz entre las sombras. Allí, en el corazón de cualquier ciudad, se erige un refugio de esperanza, tejido con hilos de compasión y anclado en la roca del amor incondicional. El rincón de tantas Cáritas parroquiales, lugares de acogida y atención. Cada uno es un hogar para aquellos que han caído en las grietas de la sociedad, donde las manos extendidas son recibidas con sonrisas cálidas y corazones abiertos. Es un santuario de humildad y servicio, donde el dolor se convierte en fortaleza y la desesperación en renovada fe.
Gracia divina
En cada acto de bondad y en cada gesto de solidaridad, late el amor crucificado de Jesús. Cada ayuda compartida, cada abrazo reconfortante, cada palabra de aliento, son testigos silenciosos de la gracia divina que fluye a través de corazones generosos. En las calles, entre los desposeídos y los olvidados, Cáritas se convierte en un faro de luz en la oscuridad, recordándonos el mandato supremo del amor al prójimo. Es una melodía de compasión en un mundo ahogado de egoísmos; es una poesía de redención en medio del caos y la desesperanza.
Así, en el sufrimiento compartido y en la lucha por la justicia, la acción de Cáritas se eleva como un himno al amor divino, recordándonos que, en los momentos más oscuros, la luz del amor siempre prevalecerá.
Vestido de caridad murió el Señor.
Un nuevo amanecer
Pero la Caridad se revistó de alegría al tercer día. En la mirada de aquellos que han sido tocados por la caridad, se refleja la promesa de un nuevo amanecer, donde la muerte cede paso a la vida y el dolor se transforma en alegría. Es el milagro de la resurrección hecho realidad en los corazones que han sido tocados por el amor divino. Así, las acciones de Cáritas se convierten en un testamento viviente de la Resurrección, recordándonos que, incluso en los momentos más oscuros, el amor siempre prevalecerá y la esperanza nunca morirá.
Perdonen que envuelva en melodía estas palabras que quisiera fueran leídas al ritmo sonoro de un himno eucarístico. Como si en el Jueves Santo brillara la muerte inmediata y la resurrección definitiva entre las manos que entregan el Pan. Allí su presencia, sin envoltorio alguno, se sirve desnuda en nuestra mesa de la Caridad.
Vestido de caridad resucitó el Señor.
Juan Pedro Rivero González
Delegado de Cáritas Diocesana de Tenerife