Jailen y Olivia, el largo camino de los migrantes hacia un futuro mejor

Migrantes cubanos

6669 kilómetros. Esa es la distancia que tuvieron que recorrer Jailen Fuente y su esposa, Olivia, para llegar desde Rusia a Barcelona, escapando de la crisis y el régimen comunista que asfixia desde hace décadas a su país natal, Cuba.

Jailen, de 24 años y natural de La Habana, tenía claro que la falta de libertad, el miedo y los graves problemas económicos que padece su país lo estaban empujando a buscar un futuro mejor para él y su esposa, que además necesita un tratamiento de fertilidad para ser madre. Por eso, con la esperanza de encontrar un lugar seguro donde vivir, se embarcaron en una odisea que les llevó primero a Rusia y casi tres meses después a la localidad tinerfeña de Tacoronte, donde Cáritas Diocesana de Tenerife les está acompañando y ayudando a empezar de cero.

Grave crisis económica

“La situación de mi país, la crisis y el comunismo hizo que decidiéramos marcharnos. En Cuba no eres libre para nada; no puedes expresar tu opinión ni hacer lo que quieras. El régimen te controla todo. No se pueden ni comprar productos básicos, ni medicamentos, y hay mucha gente desaparecida, porque no están de acuerdo con el sistema; y yo mismo tenía miedo de que me metieran preso o que me mataran”, explica Jailen, que al igual que su mujer está en proceso para lograr el asilo en nuestro país.

Su periplo comenzó en un avión rumbo a Moscú desde La Habana, porque Rusia es el único país europeo donde los cubanos pueden entrar sin visado, especialmente a raíz de la pandemia por la Covid-19.

Maestro de profesión, contactó con un “coyote” (una persona dedicada al tráfico de personas) a la que le pagaron un dinero para que les ayudara en su ruta hacia España, que era el objetivo final. “Vendimos una casa para conseguir dinero para hacer el viaje y llegar hasta Barcelona”, agrega Jailen.

Seis países en dos meses

“Sacamos un viaje turístico para Serbia, porque la ruta inicial consistía en llegar a Grecia, porque desde allí supuestamente nos dejaban volar a España sin visado. De Serbia a Macedonia lo hicimos caminando por el monte, más de 50 kilómetros. Y lo tuvimos que hacer dos veces, porque la primera vez nos detuvieron en la frontera y nos metieron unos días en una especie de centro de retención, que eran como unos contenedores donde había muchas personas hacinadas. La segunda vez, lo conseguimos, pero tuvimos que volver a Serbia porque nos enteramos de que Grecia había cerrado sus fronteras para los cubanos sin visado y no nos dejarían volar”, relata Jailen.

Entonces, decidieron viajar a pie hasta Croacia. Otra vez más de medio centenar de kilómetros hasta llegar a Rijeka, donde volvieron a detenerlos y los deportaron otra vez a Serbia. “Esa misma noche, a pesar del frío, la lluvia y la nieve, lo volvimos a intentar y cruzamos por fin, aunque esta vez la ruta que hicimos fue por Bosnia y Eslovenia, siempre por las montañas, porque temíamos miedo que nos volviera a coger la policía. De hecho, cerca de la frontera, a unos veinte metros de Italia, una patrulla nos localizó y nos mandó a Rijeka, desde donde volvimos a intentarlo una vez más. Por fin, después de buscar alguna ruta alternativa y pasar muchísimo frío, conseguimos atravesar Eslovenia y llegar hasta Italia, donde estuvimos unos 20 días en un campamento para refugiados”, incide Jailen.

Dos meses después de empezar su diáspora, el destino final estaba cada vez más cerca, aunque Jailen reconoce que en algunos momentos pensó en tirar la toalla, porque “el frío y el hambre” que pasaron él y su mujer lo llevaron a plantearse abandonar. “Pensé que en mi país no tenía futuro ni para mí ni para mi familia, y eso hizo que siguiera adelante; también porque el carácter cubano es así, seguir hasta no poder más”, recalca.

La ayuda de Cáritas

En Italia cogieron un tren para Venecia, y de allí en guagua hasta Barcelona. Sin embargo, en la frontera entre España y Francia, como no tenían visado, los pararon y los volvieron a deportar a Italia. Lejos de desfallecer, se desplazaron hasta Génova y volvieron a intentarlo en guagua hasta Barcelona, a donde por fin llegaron pocos días antes de la pasada Navidad.

En total, tres meses de viaje y media Europa recorrida a pie hasta conseguir el ansiado billete de avión para Tenerife, un último trayecto que les pagaron unos compatriotas que conocían que residen en nuestro país.

Ya en la isla, unos conocidos les hablaron de que Cáritas podía ayudarles con atención básica, con el trámite del asilo y quizá en materia de empleo, el principal caballo de batalla de las personas migrantes en situación administrativa irregular. “Teníamos unos amigos en Tacoronte, y vinimos para acá. Estamos intentando buscar trabajo, porque somos demandantes de asilo, y aunque yo soy maestro de Primaria, apenas pude ejercer en mi país porque el salario no me daba ni para comer. Por eso, trabajaba en lo que salía, en fábricas, como chófer, etc”, asegura Jailen, cuya mujer es tecnóloga de los alimentos, pero ahora está cuidando por horas a una señora mayor y limpiando casas.

A pesar de los problemas y la dureza del camino, reconoce que “mil veces más haría lo mismo, porque como está mi país es mejor salir de allí”. “Cuando llegamos a Tenerife nos pasamos un día entero llorando, y también mi familia en Cuba, a la que íbamos contando todo nuestro viaje”.

Casi ocho meses después de aquella odisea, Jailen y su esposa han conseguido alquilar su propio piso gracias a la ayuda de Cáritas y a los ingresos que van logrando con trabajos esporádicos. “Estamos súper agradecidos a todas las personas de Cáritas que me siguen ayudando, y doy gracias a Dios haberlas encontrado en mi camino”, concluye Jailen.

 

Actualizado 29 julio, 2022