Hace unas semanas, un participante que apenas llevaba cinco días en nuestro recurso alojativo «Café y Calor», enfermó gravemente. De madrugada, y sin causa aparente, sufrió una parada cardiorrespiratoria. El trabajador que se encontraba de turno y otro participante con formación médica y experiencia sanitaria, mantuvieron con vida a dicha persona hasta que llegó la ambulancia, que lo trasladó con urgencia a un centro hospitalario. En él, y a pesar de que se hicieron grandes esfuerzos por recuperarlo, no pudieron salvarlo, falleciendo a la mañana siguiente.
Para el equipo de «Café y Calor», el fallecido era aún un desconocido, porque apenas llevaba unos días en el centro y de él solo se conservaban unas pocas pertenencias. Sin embargo, en todos los trabajadores existía un sentimiento de abatimiento por no haber podido llegar a tiempo para conocer a la persona y su situación real. Por eso, tras conocer la desgraciada noticia, el equipo se puso en marcha para asegurarse de que al menos la familia de esta persona fuese informada de su fallecimiento, para intentar mitigar con ello el dolor que produce la pérdida. De este empeño, el personal de «Café y Calor» pudo escarbar y conocer la verdadera realidad del fallecido: venezolano, de 46 años de edad, con una grave enfermedad respiratoria. Vivía con sus padres y su hermana (la cual padece también una patología crónica grave) en situación de severa precariedad y con el añadido de no poder conseguir la medicación necesaria para tratar a su hermana.
Por todos estos motivos, y debido también a la grave situación que vive el país, el hombre decidió dar el salto a España, aprovechando su doble nacionalidad canario-venezolana, heredada de su madre española. Sus dos únicos objetivos eran lograr un empleo para poder enviarles parte de su sueldo a sus familiares de Venezuela, así como conseguir en nuestro país la medicación necesaria para su hermana. Su precaria salud, sin embargo, no se lo permitió.
El equipo de «Café y Calor», consciente de la realidad que iba conociendo, se propuso que el fallecido no se quedara en un mero desconocido más, enterrado de forma anónima en un nicho municipal. Así, a través de los Servicios Sociales municipales y de la Policía Nacional, se localizó a la familia y se facilitó el traslado de su madre hasta Tenerife. Desde que aterrizó en la Isla, esta fue acompañada por el personal de «Café y Calor», que además se apoyó en el voluntariado de la parroquia de María Auxiliadora, que en su mayor parte también son voluntarios/as del mismo recurso alojativo.
Trabajadores y voluntariado de Cáritas Diocesana de Tenerife acudieron al entierro para acompañar a la madre del fallecido, a la que no dejaron sola en ningún momento y también acompañaron al aeropuerto al día siguiente, cuando emprendió su viaje de vuelta. Se marchó, además, con el compromiso de que su hija enferma recibirá la medicación que su hermano no pudo facilitarle, gracias al compromiso de un profesional de la salud de la Isla.
La historia de Gustavo Carlos, que allí se llamaba el participante, es una más entre las muchas que habitualmente no salen a la luz y con las que nos enfrentamos diariamente. Historias que nos obligan a seguir trabajando denodadamente por los más vulnerables, por los que en muchos casos nos implicamos más allá de nuestras obligaciones laborales. Porque, como decía Charles Chaplin, «todos queremos ayudarnos mutuamente. Los seres humanos somos así. Queremos vivir con la felicidad del otro, no por la miseria de los demás».
José Antonio Díez
Coordinador del Área de Inclusión Social de Cáritas Diocesana de Tenerife
Actualizado 19 abril, 2018